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El Telégrafo de Guadalaxara

Semanario político del lunes 27 de mayo de 1811

Número 1 · páginas 1-8     ››

Nec te fallant animi sub vulpe latentes.
Horat.

Al excelentísimo señor D. Francisco Xavier Venegas de Saavedra, Rodríguez de Arenzana, Guemes, Mora, Pacheco, Daza, y Maldonado, Caballero de Orden de Calatrava, Teniente General de los Reales Ejércitos, Virrey, Gobernador y Capitán general de ésta Nueva España. Presidente de su Real Audiencia, Superintendente general Subdelegado de Real Hacienda, Minas, Azogues y Ramo del Tabaco, Juez conservador de éste, Presidente de su Real Junta, y Subdelegado general de Correos en el mismo Reyno.

Exmo. Señor.

Un Periódico destinado a contener los espantosos estragos de la Insurrección que asola el mas bello Reino del Universo, a nadie con mas justicia debe dedicarse, que al Capitán [2] valiente y experimentado, que tratando de aplacarla con los más bien combinados medios de la fuerza y la política, ha conseguido hasta ahora las más distinguidas y memorables victorias. En vano los enemigos, apostados en las más ventajosas situaciones, han opuesto una superioridad decidida en el número, y trenes nunca vistos de Artillería: todo ha cedido al valor e intrepidez de los Ejércitos, y a la pericia de los Generales conducidos por los sabios planes de V. E. sin quedar otro recurso a los rebeldes, que el de guarecerse despavoridos en los Montes, o el de acogerse a la clemencia que V. E. con generosa profusión dispensa a cuantos la imploran rendidos. Este es el mayor timbre de las glorias militares de V. E., esta la virtud que tan maravillosamente contrasta con los principios crueles e injustos adoptados por los Insurgentes, y este el secreto con que V. E. se concilia el amor de los Pueblos, hace más duraderas sus reconquistas; y gana cada día nuevos corazones, aún de los mas ulcerados de odio contra los defensores de la mejor y más sana de todas las causas. Y este es también el motivo, para que por mano del Muy Ilustre Señor General del Ejército de Operaciones de Reserva consagre a V. E. este Semanario,

Exmo. Señor.

El Editor de Guadalaxara. [3]

Discurso a los habitantes
de América.

Americanos: Libres ya de las cadenas de la violencia que nos impuso el Apostata más rapaz y sanguinario que jamás se ha visto, puede nuestra pluma en lo sucesivo ser el órgano de la verdad, e intérprete de la justicia agraviada; ya podemos hablaros de la efusión de nuestro corazón, y descubriros nuestros más íntimos y verdaderos sentimientos. En esta época venturosa, en que los Ejércitos del Rey triunfan por todas partes, en qué la Insurrección declina con rapidez, convirtiéndose, como lo previeron los sensatos, en unas meras cuadrillas de Bandoleros, y en que podemos respirar de los horrores de ocho meses, es preciso aprovechar momentos tan preciosos, y levantar con fuerza la voz, para desengañar a los pueblos miserablemente seducidos que corren precipitados a su ruina, y la del Reyno entero. Ya hasta aquí hay materia de llanto para todo el siglo. ¿Qué corazón sensible no digo a la voz del Evangelio, sino a los gritos de la naturaleza, podrá recordar sin dolor lo acaecido en este periodo de tribulación? Tended la vista, si tenéis valor para hacerlo sin experimentar las convulsiones del espanto, mirad todos los países invadidos por los enemigos de nuestro sosiego. ¿Qué descubrís, si no los recientes y deplorables estragos, que han arrastrado [4] consigo la anarquía, la confusión y el desorden? robos, saqueos, depredaciones, asesinatos, frutos aciagos y amargos de la proscripción más atroz y más injusta que el rencor, la irreligión, la ignorancia, y la barbarie fulminaron contra millares de inocentes, unidos con nosotros por medio de los lazos más estrechos de la religión, la naturaleza y la política.

No detallemos el cuadro melancólico de tamaños atentados, ni tratemos de conmover la imaginación de las almas sensibles con la perspectiva lastimosa de unos males pasados, que no tienen ya ningún remedio. ¡Qué mengua! ¡qué borrón eterno impreso al nombre Americano, si no se supiese con evidencia que tales horrores solo fueron parto de unos pocos entusiastas ignorantes, sin religión, y sin principios, seguidos de un furioso y desenfrenado populacho! Hermanos de ultramar, avecindados en este suelo, los que habéis tenido la dicha de sobrevivir a esta catástrofe, la orden era estrecha y terminante, rigorosas las pesquisas, manifiesta la persecución contra los que os prestaban el mas ligero auxilio; y sin embargo innumerables de vosotros habéis salido ilesos de la voracidad del incendio: si no ha faltado un monstruo entre nosotros, también ha habido corazones generosos y cristianos que franquearon un seguro asilo a la inocencia perseguida.

Americanos: todas las revoluciones han sido siempre funestas y azarosas, todas han [5] costado torrentes de lágrimas y de sangre a los pueblos conmovidos. Pero esta que estamos experimentando nosotros, está marcada con tales caracteres de crueldad, de infamia y de bajeza, que su historia jamás llegará a la posteridad, sin que esta se llene de asombro e indignación contra sus detestables autores. Suscitada por unos cabezas faltos de capacidad y de luces, que han obrado tumultuariamente, sin objeto fijo, sin plan ni regla alguna de conducta, parece solo trataron de hacerse odiosos y despreciables, y de convertir la Patria en un teatro de luto, y de desolación. ¡Ah! Patria, Patria amada, ¡a qué abismo de miseria te ves abatida, en la época precisamente en que ibas a ser exaltada a la cumbre del esplendor y la prosperidad! cuando se te acababa de declarar parte integrante del Imperio Español; cuando una perfecta igualdad de derecho iba a sancionarse, y se sancionó efectivamente, entre los habitantes de uno y otro hemisferio; cuando tus hijos eran llamados a dictar leyes en el Santuario Supremo del Congreso Nacional; cuando se trataba, de reformar todos los abusos y mejorar tu constitución: en una palabra, de colmarte de todo género de privilegios, franquicias, y cuantos bienes podías apetecer para tu completa felicidad, bienes que en vano esperarías de los espurios y desnaturalizados hijos que han desgarrado tu seno, introduciendo en tus entrañas el veneno mortal de la discordia. [6]

España generosa, Madre sabia e ilustrada, la América será tuya eternamente: los impotentes esfuerzos de los Rebeldes, no serán jamás bastantes a romper una unión de tres siglos. ¡Ciegos! amontonando maldades sobre maldades, tratando solo de trastornos y devastaciones, no consiguen más que hacerse abominables, y aceleran el suspirado momento de su total aniquilación; al paso que Tú, guiada por los principios liberales de la más sana política, has descubierto y seguido la verdadera y única senda que conduce hasta el corazón, y proporciona su conquista. Sin embarazártelo la obstinada lucha que mantienes contra el poder colosal del Tirano de Europa, te has dado tiempo para acordar las medidas de hacer felices a los habitantes de tus posesiones ultramarinas. Desde el momento feliz de la Instalación de las Cortes, no has cesado de acumular beneficios sobre beneficios; pero el de la {a} amnistía completa que acabas de conceder a los disidentes de América, no tiene ejemplar en la historia de las conmociones [7] populares. Insurgentes, hasta ahora todo ha sido inútil para vencer vuestra contumaz resistencia. Habéis perdido innumerables combates, habéis padecido las más sangrientas derrotas, muchos de vosotros sorprendidos, con las armas en la mano, han perecido en los cadalsos en castigo de su rebeldía, los campos de Aculco, Guanajuato, Calderón, Urepetiro, Paxaritos, Colotlán, Zapotlán el Grande, el Maguey, y tantos otros cubiertos de millares de cadáveres, os dan lecciones inútiles de escarmiento, la vida trabajosa, y errante que pasáis huyendo de monte en monte, y buscando un asilo poco seguro de gavilla en gavilla, no os ha hecho volver en vuestro acuerdo. ¿Pero permaneceréis sordos a las penetrantes voces de una Madre tierna y bondadosa que os ofrece un total olvido de lo pasado, y os admite a la reconciliación con los brazos abiertos? Si contra toda esperanza insistís en no aprovecharos de la gracia, ¡O qué terrible es la fascinación que padecéis! ¡qué deplorable vuestra insensata obstinación!

Americanos: ya no tienen lugar la ilusión y el engaño: la causa de los rebeldes no es la causa de la América, ni de Fernando: no se advierte en todo el Reino una sola corporación formal de Insurgentes, todas son cuadrillas sueltas y aisladas de bandidos que (olvidados de la libertad quimérica, e injusta a que fingieron aspirar los que les dieron el primer impulso) solo tratan de vivir de lo ajeno, haciéndose el terror [8] del trajinante, y del pasajero indefenso. Comenzaron los destrozos por los Europeos, disiparon en breves días muchos millones, y no hallando ya en que cebar su codicia, se han tornado contra los naturales del Reyno. Los latrocinios ruidosos que incesantemente cometen, y las sangrientas escenas de Tepatitlán, y San Juan, acreditan esta triste y dolorosa verdad. Excesos tan atroces no caben ya en el seno de la tolerancia, y todos los buenos patriotas, todos los hombres de bien, sean de la clase que fueren, todos los que se precian de hijos fieles de la Iglesia, y vasallos leales del más amado de los Monarcas, deben tomar una parte activa en tan necesaria como gloriosa contienda, reunir todos sus esfuerzos, y conspirar de mancomún al exterminio de esta peste asoladora, que no respetando ya ni a sagrado, ni a profano, parece quiere extirpar toda idea de moralidad de los corazones humanos.

Se concluirá.

Aviso

Todas las personas que gustaren subscribirse al Telégrafo, se abonarán por diez y ocho reales para cada trimestre, pagando por separado los números extraordinarios que se expenderán a dos reales por pliego, en atención a la suma escasez y carestía del papel, y a este mismo precio se darán a los que compraren los números sueltos.

——

{a} Este espíritu de humanidad ha animado constantemente a todos los Jefes Superiores del Gobierno, y ya antes de la amnistía concedida por el Rey N. S. en Cortes, el Exmô. Sr. Virrey de México había desplegado en favor de los Insurgentes toda la dulzura y generosidad de su carácter. Esta abundancia de misericordia, este lujo de piedad y de clemencia ¿no nos llena de las más dulces esperanzas de que se conseguirá la suspirada pacificación de esta América?

[Transcripción íntegra realizada a partir de un original
digitalizado
por la Biblioteca Nacional de España]

 

 
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